Un católico no puede votar ni al PSOE ni al PP.
Conste que es una opinión personal. Un católico no puede votar al PP porque, por si no había quedado claro, el señor Rajoy -insisto, un frívolo simpático- lo dejó claro ayer, durante una entrevista radiofónica: no piensa cambiar ni las leyes de divorcio ni de aborto, el gaymonio es un mera cuestión terminológica y las leyes más homicidas de la Legislatura Zapatero, (reforma la fecundación asistida e investigación biomédica), el matadero de embriones humanos, ni tan siquiera le merecen comentario alguno. Lógico, dado que la utilización de embriones como cobayas humanas la inició su colaboradora más directa, la entonces ministra de Sanidad Ana Pastor.
El PP ha creado un estado de cosas ideológico en el que cualquier cosa es admisible y en el que impera una especie de nominalismo: si las denominaciones son aceptadas por el cuerpo electoral.
De hecho, lo que diferencia la PSOE del PP es que, si pudiera, el primero se dedicaría a incendiar iglesias mientras el segundo miraría hacia otro lado. Por lo demás, en los asuntos no-negociables no encuentro diferencia entre ambos.
El miércoles era el gran día de Zapatero. Daba gusto verle sonreír, igualito que Mr. Bean, cuando la clá, dirigida por Pepiño Blanco, le reía unas ironías con mucha chispa. Por ejemplo, cuando dijo aquello de que la agresión de los dos cardenales se había producido “entre la Natividad y la epifanía de Nuestro Señor”, sutilísima ironía, para una católico muy similar a mentarle la madre al señor Zapatero, por ejemplo.
Con su mejor acto de Mr. Bean, “monsieur sapateró” se refirió al Nuncio de su Santidad, allí presente, para reconocer que le había invitado a comer “un caldo”. No habló de chocolates con picatostes, pero ahí le anduvo.
Su ‘aplaudidor’ principal, el mencionado Pepiño, es más pundonoroso. Por ello, y aclarando que sigue siendo cristiano -lo cual ha tranquilizado mucho a la Curia- le preguntó al Papa qué entiende por “familia tradicional”. Según Pepiño, un hombre docto, se trata de la familia donde la mujer se queda en casa y con la pata quebrada (nunca he entendido lo de la pata quebrada, pero estoy seguro que Pepiño, un hermano en la fe, me lo aclará pronto).
Si algo bueno tiene la izquierda es que sabe unirse para mantenerse en el poder, porque es en el poder donde se reparten cargos, mientras en la leal oposición no hay cargos que repartir. A Zapatero, sin ir más lejos, habrá que sacarle en volandas del despacho monclovita cuando llegue el momento. Por eso, el mismo Felipe González que aconsejaba al ZP aprendiz de brujo de los primeros tiempos que dejara en paz a los curas, se rebelaba anteayer contra la clerecía, que le pone “impaciente e impertinente”. Una mentira enorme del sevillano, porque para ponerse impaciente, impertinente e insoportable a don Felipe no se precisa ni cura ni laico: se pone él solito.
En la mañana del jueves, la vicepresidenta primera del Gobierno, Teresa Fernández de la Vega, advertía a la Iglesia con otra ironía: la de que la sociedad, de la que ella es portadora, no volvería a los tiempos de una única moral impuesta.
Estamos, una vez más, ante el pensamiento invertido. Prohibir el aborto no es imponer una moral, sino impedir un asesinato. De la Vega podría alegar que en el vientre de la madre no hay un niño -que ya es alegar- pero no podrá decir que la penalización del aborto es una imposición moral, de la misma manera que no lo podrá decir de la persecución del homicidio. Esta chica es muy espabilada. Lo del PSOE es el mundo al revés: el verdugo empeñado en convertirse en víctima.
En definitiva, yo tengo muy claro que un católico está violentando sus principios tanto si vota al PSOE como si vota al PP. Y sí, hay terceros a quien votar. Porque lo que tenemos que preguntarnos, de una vez por todas, es si votamos por coherencia o votamos para figurar entre los ganadores. Además, ¿seguro que el votante gana algo cuando gana su partido?
Eulogio López
Diario Hispanidad
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